¡Duérmete ya!
Expresé imperante. Era cerca de la media noche y mi panzón
de dos años y medio se negaba a dormir en su cuna; exigió con berrinche que le
hiciéramos un espacio en nuestro lecho matrimonial, nos negamos rotundamente y
el drama continuó.
Tras un par de nalgadas y merecidas patadas para demostar
quien manda... se acurrucó en medio de los dos se abrazó de su mamá, comenzó a
respirar profundamente y fingió que dormía.
Vencido por el sueño, no por el niño, me acosté en el lado
derecho de la cama, cobijado y rendido, de inmediato comencé a dormitar. De
pronto mi hijo se giró, con sus manitas tomó mi cara, me apretó suavemente y
expresó: "Papi, te elo ucho”, cerró sus ojitos y comenzó a dormir
profundamente.
Mi corazón se llenó de tanto amor que casi se derrama por
mis ojos. Sin embargo me contuve, respire profundamente para no sollozar, me
levanté de la cama y caminé hacia el lado de mi esposa, le di una nalgada y giró su cuerpo hacia mí un tanto confundida, buscando explicación.
“Órale, ya se durmió. Vamos a ver la película”.
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